Creo, Señor, pero aumenta mi confianza

Poco a poco el tiempo ha ido transcurriendo y en este día de Pentecostés, quiero compartir con vosotros reflexiones que como en otras ocasiones surgen de la oración y del tiempo pasado ante el Santísimo en estos meses de confinamiento.

El deseo de Dios y la confianza

La primera y fundamental, ¡cuánto hemos buscado a Dios!  Ha sido un aluvión de respuestas: Unas más acertadas que otras, unas más en nuestra sintonía que en otras pero en todas ellas estaba el deseo de la Iglesia de acercarnos a Dios. Casi todas las parroquias, los movimientos, las  órdenes religiosas, a menudo los propios fieles de manera particular,  han intentado cuidar de la porción del rebaño que les ha sido destinada, y para ello hemos rezado, intercedido y usado  la tecnología con las virtudes y logros que conlleva pero también con sus carencias.

Otro elemento a resaltar ha sido el recuperar la comunión espiritual, la unión íntima con Cristo, en el deseo,  ante la imposibilidad de realizarla físicamente. Y como diría san Francisco de Asís, ahí Dios nos ha regalado  una florecilla a la parroquia, pues esa oración procede de nuestro patrón S. Alfonso María de Ligorio

Un rasgo fundamental,  en este deseo de intimidad con Dios, ha sido la numerosa presencia de Cristo Eucaristía. Hemos puesto en valor, y nos hemos dado cuenta, de la importancia  y necesidad de la Eucaristía, pues la Iglesia vive de ella.   Numerosas celebraciones ya sea  desde Roma, con  la impresionante oración en  san Pedro el viernes de dolores, o  la exposición diaria después de la misa de la mañana en Santa Marta,   hasta el rincón más perdido,  han tenido en la Eucaristía el centro de la experiencia de Dios, acompañada claro está como no podía ser de otro modo, por la Palabra.

Le  necesitamos, le  buscamos. Queremos  verle, escucharle y estar con Él, y así poder llenarnos  de su consuelo y amparo.

Junto a lo anterior, la labor callada de entrega y servicio nacida del Amor. No es posible amar mucho a Dios, si no amamos a los demás. Y de nuevo la Iglesia a pie de obra, en las parroquias, en los hospitales en la residencia intentando llevar el auxilio, la cercanía y la ayuda de Dios tanto material como espiritual a todos los que lo necesitaban.

Por eso creo y es mi impresión,  que han sido dentro del profundo dolor, tristeza y sufrimiento,  meses donde la  gracia se ha desbordado para llenar a los hombres de consuelo y esperanza. han sido meses de verdadero deseo de encuentro con Dios, donde nos hemos dado cuenta de la importancia y del gran regalo de la fe, de la esperanza y por supuesto del Amor.

 Pero junto a ello,  ha habido una percepción  que se ha ido confirmando según se acercaba Pentecostés, iluminada  a través   de los hechos de los apóstoles, al recoger  las dificultades de la Iglesia naciente.  La percepción que estriba en  la actual falta de confianza  en Dios de la que me hago parte y me reconozco. Es cierto que creemos en Él, que le queremos con locura, pero ¡ay! cuanto nos cuesta confiar en Él, y ver en todo lo que vivimos su protección

Es aquí donde quiero detenerme. Es cierto que tenemos mucha fe pero nos falta mucha confianza.

Rasgos de la ausencia de confianza

Nos falta la confianza como un estilo y una opción total e integradora de la vida.  Y cada día por otra parte,  más necesaria. La fe en su esencia supone una concepción integradora de la vida. Supone una luz y una fuente que  ilumina toda nuestra existencia. Y esa fe se va concretando en un mayor abandono en la voluntad y en los brazos del Padre. Es cierto que este abandono es difícil. Ejemplo de Cristo en Getsemaní. Pero  ante las características de nuestra sociedad y estilo de vida, es cada vez más necesario y urgente recuperar esa dimensión. No es cuestión aquí de hacer un  tratado sobre la fe, pero si quiero desde mi experiencia y oración dar algunas pinceladas que lo puedan iluminar. 

 Primero detectar el peligro o el engaño. Vivimos continuamente reclamos de desconfianza,  debido claro está a que la sociedad al ser cada día más virtual va perdiendo el trato humano y real con las personas. Cada día se da la paradoja  de que nos  es más fácil actuar de una manera anónima  y al mismo tiempo tenemos mucho menos ámbito de libertad y privacidad. Nuestras vidas cada día están más  controladas. Cruces de datos, en todos los ámbitos, cámaras en todas las ciudades y esquinas, avisos de que su conversación está siendo grabada…. La visión del gran hermano, es una realidad. En  base a una supuesta seguridad somos cada día más controlados y controladores, pues no nos fiamos de los demás.

Otro ejemplo vivido estos meses: los vecinos «controlers»  que se erigían en la policía de las buenas prácticas durante el confinamiento.

Donde queda el prohibido prohibir de hace 40 años, o el simple apretón de manos, para saber que me podía fiar, o las expresiones:,”  te doy mi palabra”  o “palabra de honor”. Ahora la palabra de uno, ya  no sirve. La puedo cambiar en cuanto quiera, como vemos que se hace continuamente en todos los ámbitos de la vida y con más dolor en las autoridades. Y esta desconfianza, este estilo de vida, de manera paulatina va empapando nuestra piel, nuestra percepción y nos transforma, llegando de manera inconsciente a que en  nuestro interior sin darnos cuenta se produzca la siguiente pregunta.

¿Si no me puedo fiar de la palabra de los demás,  como me voy a poder fiar de la PALABRA de DIOS?

Por eso es urgente, recuperar ese aspecto de la fe.  Ser persona de principios, y cuál es nuestro principio. Soy de Cristo. Soy discípulo suyo y quiero vivir como Él, aunque eso suponga en muchas ocasiones no ser comprendido o  ser criticado. La fe en su esencia  es confiar. Yo sé de Quien me he fiado.

Por eso en este Pentecostés vamos a pedir la experiencia de la confianza, que nace por supuesto  del Amor. De conocer a Cristo, pero que solo se puede poner en práctica desde la confianza.

 Igual que nos pasa con el amor, que si no amamos a los hermanos a los que vemos, como vamos a amar a Dios, pues lo mismo ocurre con la confianza. Si no confío en los demás como voy a confiar en Dios.

Recuperar la confianza

Por eso hoy os invito a que nos  demos cuenta de donde he puesto mi seguridad. Lo vamos a hacer de una manera realista. De una manera sincera,  para detectar cuando y en que circunstancias, esa seguridad radica solo en mis fuerzas, en mis logros en mi entorno confortable, en mantener a toda costa mi bienestar. o por el contrario en la llamada de Cristo a Pedro después del dialogo de amor, en que le dice SIGUEME

Algunas dificultades que todos tenemos para ese seguimiento y esa confianza, son propias de nuestra debilidad humana. Entre ellas, el miedo. El gran anuncio de Cristo siempre es no tengáis miedo. Sus últimas palabras, es yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. Confiad en mí. Pero el miedo es libre. Y cada uno tenemos nuestros propios miedos y la tentación se sirve de ello. Este miedo se manifiesta también al rezar, especialmente el Padrenuestro Rezamos diariamente, hágase tu voluntad, pero en numerosas ocasiones nos encontramos pensando que esa voluntad de Dios  en vez de ser algo agradable, bonito, bueno para los hombres, va a ser sufrimiento y cruz.  Es una imagen de Dios  en la que pareciese que su voluntad no es buena para nosotros. Tenemos miedo de su voluntad cuando debería ser todo lo contrario. Lo único que Él quiere  es que vivamos llenos de Amor. Que disfrutemos de la Vida en su plenitud. Que nos llenemos de los frutos del Espíritui Santo. Amor, gozo, paz…Galatas 5,22

Es el gran aprendizaje de los  ejercicios espirituales. Según vas avanzando en ellos, va creciendo el deseo de entrega da Dios, e inmediatamente, viene el miedo. Si Señor lo que quieras, pero  esto no. Por favor, aquello tampoco y a lo de más allá consúltame primero…. es decir es tanto el miedo a perder nuestro ámbito de confort, a perder ser nosotros los que organizamos nuestra vida, que al final nos lleva a no confiar, solo a creer y a desear pero nos cuesta mucho llevarlo a la  práctica.

Por eso los ejercicios  acaban, con el envío a la misión, con la oración del total abandono de s. Ignacio. Tomad Señor y recibid…. 

Y la gran pregunta ¿como crezco en confianza?. Sólo hay una manera. Confiando.

 La confianza no es un sentimiento, no es algo afectivo, la confianza es un acto de voluntad que vincula a la inteligencia y a los afectos. Y cuando nos la han robado o  la hemos perdido, hay que vivirla como una opción de vida.

Vuelvo a optar por confiar, vuelvo a optar por vivir la vida desde esta manera,  vuelvo a dar una oportunidad, vuelvo a mirar con confianza a esa persona a mi mismo  a Dios.

El gran regalo de la Fe, la vida eterna. El gran miedo del ser humano es a la muerte, yo diría incluso más que a ella,  al dolor y al sufrimiento.  Esta certeza nos rompe por dentro.  El ejemplo más claro es Getsemaní, y el salmo de Cristo en la Cruz, Dios mío, Dios mío, que aunque es un salmo de confianza, parte de la súplica y sensación de abandono total. Ante la gran prueba de la cruz, surge la fe. La fe a oscuras. Creer cuando ya no hay motivo para seguir creyendo, y hemos de hacer una opción de querer seguir creyendo y de pedir la fe. Ese aumento de fe lo tenemos que pedir hasta media hora después de muerto, como se suele decir. . Y esa fe nos muestra y nos enseña que nuestra vida es muy amplia. Nuestra vida no se circunscribe solamente a los años terrenos, sino que como veíamos el domingo de la Ascensión nuestra vida, está llamada a la eternidad. Nuestro cuerpo, nuestra persona, está llamada a la divinidad, porque El Verbo se ha hecho hombre y nos ha concedido participar de su divinidad.

La confianza desde nuestra humanidad. De nuevo como afrontarlo. Sólo lo podemos hacer desde la confianza, que ha de  partir  de nuestra debilidad. El ejemplo de la niñez espiritual, comenzado por Santa Teresa de Lissieux. Hemos de pedir insistentemente que aumente nuestra fe y nuestra confianza. Desde una posición humilde.  De reconocernos pequeños, débiles, incapaces de sufrir porque de aquella manera dejaremos al Espíritu Santo que nos llene, de sus fuerza. De reconocer, mis miedos, mis inseguridades, mis faltas de confianza, para pedirle al Señor que las vaya supliendo porque yo no soy capaz.

Lógicamente, también  hemos de pedir que nos libere de esa prueba, pero hemos de aprender como en la historia de los mártires que el Espíritu Santo en el momento más duro está siempre a nuestro lado sufriendo con nosotros y auxiliándonos.

Por eso es importante recuperar la historia de la Iglesia y de los santos que nos han ido marcando el camino…para que su ejemplo nos ayude a confiar y a saber que si a ellos les ha ayudado a nosotros también.

La obediencia a la Iglesia. Aquí quiero resaltar el ejemplo de tantos santos que perseguidos por la Iglesia, y encarcelados por ella, no han dejado de quererla y de obedecerla. En esa actitud de amor y humildad, la Verdad se ha impuesto, y sus reformas fueron aceptadas, y fueron fuente de renovación espiritual de la Iglesia y ahora les veneramos y reconocemos su santidad.  

Y dentro de este apartado quiero también destacar la actitud de nunca creernos propietarios de los dones que se nos han ofrecido ni de los carismas otorgados pues igual que Abraham hubo de entregar a  Isaac al sacrifico, es mucho más frecuente de lo que pensamos , aunque el caso más conocido sea  el de san Francisco de Asís, que muchos  proyectos, empresas ,y  grupos iniciados por una persona, estos se  ven retirados de ella en vida, viendo y aceptando como su obra es continuada por una persona ajena a ellos.

La enseñanza de los demás.  Junto a los mártires y a los santos, otro elemento que nos puede ayudar a recuperar y crecer en confianza con Dios es la Historia Sagrada. Ver, conocer  como Dios no ha sido nunca indiferente al dolor del justo, al dolor de los hombres, al dolor de su pueblo, y como se las ha ingeniado para intervenir y guiar a los hombres en la historia de la salvación. Cuidado aquí con una visión providencialista de la  vida, en ocasiones mucho más evangelista que católica, buscando en todo  una actuación directa de Dios, convirtiéndonos en simples marionetas. La Providencia es cierto que actúa, pero nunca nos anula.  Por eso es necesario ese discernimiento que nos haga descubrir como Dios nos habla y nos guía a través de los acontecimientos sin entender que sea Él el causante  directo de los mismos

Y junto al ejemplo de los personajes bíblicos, el ejemplo de nuestros familiares, vecinos, personas conocidas de lo que te puedes fiar. De aquellos que sabemos como han vivido situaciones durísimas en su vida, y lo han hecho desde la confianza.  No desde la resignación ,que es no me queda otra y me aguanto, actitud no cristiana, sino desde la confianza, como la Virgen, no entiendo nada, me duele lo que me está ocurriendo, Señor no te veo ni te siento ni te escucho, pero creo y confío en ti

Aprender a abandonarnos. La siguiente escuela es el abandono. No se trata de una actitud de pasotismo o de indiferencia ascética o de tipo zen hacia lo que ocurre a mi alrededor, sino todo lo contario. Saber que Dios cuenta conmigo para construir su Reino, pero que no soy Dios. Y que no todo depende de mí. Que yo he de servir a mi Señor haciendo lo que me corresponde. Haciendo mi tarea, viviendo mi vida intentando ser fiel a la misión que Dios me ha encomendado. Lo que tantas veces hemos dicho que a nosotros nos toca sembrar.  Es decir somos sus manos, pero no somos la cabeza y la tentación hace que muchas veces nos creamos que somos nosotros los únicos responsables de la vida.

La gratitud y alegría por el bien de los demás. Muy unido a lo anterior  existe otro gran peligro. La comparación. A ti que Pedro, a ti que. Nosotros hemos de ser fieles a los que se nos pide, hemos de seguirle con toda nuestra vida, por el camino que se nos indique, por el camino que se nos pida, y si a los demás no les toca ese camino, y si en nuestra opinión los demás tienen más suerte o una vida más fácil, me alegro por ellos. Doy gracias por ellos, y yo me limito sólo a ser fiel a lo que se me ha pedido a mí.

Por eso la gratitud  también es necesaria para vivir  la confianza. La alegría por el bien de los demás. Esta forma de vida,  evita la envidia. Hace que no estemos deseando continuamente aquello que no tenemos.

La gratitud  surge de una profunda experiencia de humildad. Gratitud porque me sé y me reconozco que todo en mi vida es don. Es cierto que esos dones los habré puesto en juego, los habré hecho florecer, pero todo es don y todo es gracia y luego tarea. Porque nuestra vida es un regalo de Dios y ninguno de nosotros tenemos el control absoluto de la misma.

Por eso a partir de Pentecostés y durante toda nuestra vida,  vivamos según el Espíritu quiere y nos ha enseñado. Vivamos llenos de gratitud, por haber conocido Cristo, por ser los amados del Padre. Y en esa gratitud vivamos la vida como el verdadero don que es. Con las ayudas de los sacramentos que el Espíritu ha suscitado. Con la riqueza de la Iglesia en su pluralidad de experiencias, vivencias, hermanos, con la pluralidad de carismas. Vivamos y salgamos sabiendo que para vivir en confianza hemos de ir ligeros de equipaje.  Tanto, equipaje material, que hará que  notemos  de manera muy fuerte las inclemencias del tiempo, pero también de equipaje afectivo y seguridades. Sabiendo que hemos de ir con  unas sandalias y sin túnica de repuesto y hospedarnos donde seamos acogidos.

Pongámonos pues a vivir  en confianza. Hagamos un acto de voluntad de evitar tantas cosas que cargamos diariamente por si ,por si , y que luego igual que la ropa en la maleta se ha quedado sin usar, en nuestra vida tantos supuestos no han sido necesarios.

Un ejemplo que entendemos todo, es cuando vamos a la montaña, o hacer el camino de Santiago. si en un principio metiésemos en la mochila todo lo que pensamos que es necesario, pesaría 30 kilos, lo que nos imposibilitaría andar . Pues lo mismo con nuestra vida.  Quitemos todo aquello  que nos aplasta, y nos entorpece. Vivamos confiados de que si hay un problema saldremos adelante. Todos hemos tenido experiencia de ello. De las numerosas veces que  hemos experimentado que Dios dirige la iglesia; que Dios  guía nuestra vida;  que a nosotros nos corresponde solamente  ser y estar disponibles a la  misión que Él nos quiera encomendar y llevarla a cabo con su ayuda de la mejor manera posible.

Pues llenos de confianza, sabiendo que tenemos el mejor protector y seguro del mundo, que es el Espíritu Santo salgamos a las plazas a los caminos, empezando por nuestras familias a anunciar con nuestra vida, que SOLO DIOS BASTA, y veremos y comprobaremos como nuestras vidas se llenan de Alegría. Y como eso no es fácil ayudémonos unos a otros a vivir en esa confianza y abandono en Dios. Que Dios os bendiga

Sábado 30/05/2020 – Don de Piedad

Hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

ROMANOS 8, 12-18

Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis. En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

4 de junio de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy queremos detenernos en un don del Espíritu Santo que muchas veces se entiende mal o se considera de manera superficial, y, en cambio, toca el corazón de nuestra identidad y nuestra vida cristiana: se trata del don de piedad.

Es necesario aclarar inmediatamente que este don no se identifica con el tener compasión de alguien, tener piedad del prójimo, sino que indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, incluso en los momentos más difíciles y tormentosos.

Este vínculo con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición. Es un vínculo que viene desde dentro. Se trata de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo, de alegría. Por ello, ante todo, el don de piedad suscita en nosotros la gratitud y la alabanza. Es esto, en efecto, el motivo y el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos caldea el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto, es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de esa capacidad de dirigirnos a Él con amor y sencillez, que es propia de las personas humildes de corazón.

Si el don de piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a volcar este amor también en los demás y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí que seremos movidos por sentimientos de piedad —¡no de pietismo!— respecto a quien está a nuestro lado y de aquellos que encontramos cada día. ¿Por qué digo no de pietismo? Porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos, poner cara de estampa, aparentar ser como un santo. En piamontés decimos: hacer la «mugna quacia». Esto no es el don de piedad. El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad que nos da el Espíritu Santo nos hace apacibles, nos hace serenos, pacientes, en paz con Dios, al servicio de los demás con mansedumbre.

Queridos amigos, en la Carta a los Romanos el apóstol Pablo afirma: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abba, Padre!”» (Rm 8, 14-15). Pidamos al Señor que el don de su Espíritu venza nuestro temor, nuestras inseguridades, también nuestro espíritu inquieto, impaciente, y nos convierta en testigos gozosos de Dios y de su amor, adorando al Señor en verdad y también en el servicio al prójimo con mansedumbre y con la sonrisa que siempre nos da el Espíritu Santo en la alegría. Que el Espíritu Santo nos dé a todos este don de piedad.

Puntos de oración

Viernes 29/05/2020 – Don de Entendimiento (o Inteligencia)

Hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

1 CORINTIOS 2, 9-14

Como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales. El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas.»

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

30 de abril de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de reflexionar sobre la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quiero centrar la atención en el segundo don, es decir, el entendimiento. No se trata aquí de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podemos estar más o menos dotados. Es, en cambio, una gracia que sólo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su designio de salvación.

El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don —es decir, lo que hace el don de entendimiento en nosotros—, y Pablo dice esto: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu» (1 Co 2, 9-10). Esto, obviamente, no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno de los designios de Dios: todo esto permanece en la espera de manifestarse en toda su transparencia cuando nos encontremos ante Dios y seamos de verdad una cosa sola con Él. Sin embargo, como sugiere la palabra misma, el entendimiento permite «intus legere», es decir, «leer dentro»: este don nos hace comprender las cosas como las comprende Dios, con el entendimiento de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia, y está bien. Pero comprender una situación en profundidad, como la entiende Dios, es el efecto de este don. Y Jesús quiso enviarnos al Espíritu Santo para que nosotros tengamos este don, para que todos nosotros podamos comprender las cosas como las comprende Dios, con la inteligencia de Dios. Es un hermoso regalo que el Señor nos ha hecho a todos nosotros. Es el don con el cual el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del designio de amor que Él tiene con nosotros.

Está claro entonces que el don de entendimiento está estrechamente relacionado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y ha realizado. Jesús mismo dijo a sus discípulos: yo os enviaré al Espíritu Santo y Él os hará comprender todo lo que yo os he enseñado. Comprender las enseñanzas de Jesús, comprender su Palabra, comprender el Evangelio, comprender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos comprender la profundidad de las palabras de Dios. Y este es un gran don, un gran don que todos nosotros debemos pedir y pedir juntos: Danos, Señor, el don de entendimiento.
Hay un episodio del Evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don.

Tras asistir a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y acongojados, se marcharon de Jerusalén y regresaron a su pueblo de nombre Emaús. Mientras iban de camino, Jesús resucitado se acercó y comenzó a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no fueron capaces de reconocerlo. Jesús caminaba con ellos, pero ellos estaban tan tristes, tan desesperados, que no lo reconocieron. Sin embargo, cuando el Señor les explicó las Escrituras para que comprendieran que Él debía sufrir y morir para luego resucitar, sus mentes se abrieron y en sus corazones se volvió a encender la esperanza (cf. Lc 24, 13-27). Esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros: nos abre la mente, nos abre para comprender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don de entendimiento para nuestra vida cristiana. Pidámoslo al Señor, que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don para comprender, como comprende Él, las cosas que suceden y para comprender, sobre todo, la Palabra de Dios en el Evangelio. Gracias.

Puntos de oración

Jueves 28/05/2020 – Don de Ciencia

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 



Palabra de Dios

GÉNESIS 1, 1. 26-31a

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. Y dijo Dios: – «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra.» Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: – «Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra.» Y dijo Dios: – «Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todo ser que respira, la hierba verde les servirá de alimento.» Y así fue. Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno.

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

21 de mayo de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera poner de relieve otro don del Espíritu Santo: el don de ciencia. Cuando se habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.

Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor. Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud. Es la sensación que experimentamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

En el primer capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone de relieve que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: «Y vio Dios que era bueno» (1, 12.18.21.25): si Dios ve que la creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud y ver que la creación es algo bueno y hermoso. He aquí el don de ciencia que nos hace ver esta belleza; por lo tanto, alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta belleza. Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo «vio que era bueno», sino que dijo que era «muy bueno» (v. 31). A los ojos de Dios nosotros somos la cosa más hermosa, más grande, más buena de la creación: incluso los ángeles están por debajo de nosotros, somos más que los ángeles, como hemos escuchado en el libro de los Salmos. El Señor nos quiere mucho. Debemos darle gracias por esto. El don de ciencia nos coloca en profunda sintonía con el Creador y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y en esta perspectiva logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como realización de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que hace que nos reconozcamos como hermanos y hermanas.

Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso de Dios, siguiendo las huellas de san Francisco de Asís y de muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. La primera la constituye el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud. La segunda actitud errónea está representada por la tentación de detenernos en las creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas. Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en este error.

Pero quisiera volver a la primera vía equivocada: disponer de la creación en lugar de custodiarla. Debemos custodiar la creación porque es un don que el Señor nos ha dado, es el regalo de Dios a nosotros; nosotros somos custodios de la creación. Cuando explotamos la creación, destruimos el signo del amor de Dios. Destruir la creación es decir a Dios: «no me gusta». Y esto no es bueno: he aquí el pecado.

El cuidado de la creación es precisamente la custodia del don de Dios y es decir a Dios: «Gracias, yo soy el custodio de la creación para hacerla progresar, jamás para destruir tu don». Esta debe ser nuestra actitud respecto a la creación: custodiarla, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. No olvidéis esto. Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba. Me dijo: «Debemos cuidar estas cosas hermosas que Dios nos ha dado; la creación es para nosotros a fin de que la aprovechemos bien; no explotarla, sino custodiarla, porque Dios perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación no perdona nunca, y si tú no la cuidas ella te destruirá».

Esto debe hacernos pensar y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el don de ciencia para comprender bien que la creación es el regalo más hermoso de Dios. Él hizo muchas cosas buenas para la cosa mejor que es la persona humana.

Puntos de oración

Miércoles 27/05/2020 – Don de Sabiduría

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

1REYES 3, 6-9

Salomón dijo: «Tú has tenido gran amor a tu siervo David mi padre, porque él ha caminado en tu presencia con fidelidad, con justicia y rectitud de corazón contigo. Tú le has conservado este gran amor y le has concedido que hoy se siente en su trono un hijo suyo. Ahora Yahveh mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande?»»

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

9de abril de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma, la savia vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón.

El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que simbólicamente significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden cuando uno se prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia… No, esto no es el ojo de Dios. La sabiduría es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.

Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección.

El Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano. Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que lo sabe todo, sino en el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo actúa Dios, conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazón. El corazón del hombre sabio en este sentido tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y cuán importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo hermoso y vivo de su presencia y de su amor. Y esto es algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros mismos: es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro de nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo, podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al Espíritu Santo.

Pensad en una mamá, en su casa, con los niños, que cuando uno hace una cosa el otro maquina otra, y la pobre mamá va de una parte a otra, con los problemas de los niños. Y cuando las madres se cansan y gritan a los niños, ¿eso es sabiduría? Gritar a los niños —os pregunto— ¿es sabiduría? ¿Qué decís vosotros: es sabiduría o no? ¡No! En cambio, cuando la mamá toma al niño y le riñe dulcemente y le dice: «Esto no se hace, por esto…», y le explica con mucha paciencia, ¿esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es lo que nos da el Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos esposos —el esposo y la esposa— riñen, y luego no se miran o, si se miran, se miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dice: «Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante en paz: ¿esto es sabiduría? [la gente: ¡Sí!] He aquí, este es el don de la sabiduría. Que venga a casa, que venga con los niños, que venga con todos nosotros.

Y esto no se aprende: esto es un regalo del Espíritu Santo. Por ello, debemos pedir al Señor que nos dé el Espíritu Santo y que nos dé el don de la sabiduría, de esa sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios. Y así, con esta sabiduría, sigamos adelante, construyamos la familia, construyamos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la Sede de la sabiduría, de este don: que Ella nos alcance esta gracia. ¡Gracias!

Martes 26/05/2020 – Don del Temor de Dios

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

Salmo 34

Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca;  
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren.  
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, 
ensalcemos juntos su nombre. 
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.  
Contempladlo, y quedaréis radiantes, 
vuestro rostro no se avergonzará. 
El afligido invocó al Señor, 
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.  
El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen
y los protege.  
Gustad y ved qué bueno es el Señor, 
dichoso el que se acoge a él.  
Todos sus santos, temed al Señor, 
porque nada les falta a los que lo temen; 
los ricos empobrecen y pasan hambre, 
los que buscan al Señor no carecen de nada. 
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor.  
¿Hay alguien que ame la vida 
y desee días de prosperidad?  
Guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;  
apártate del mal, obra el bien, 
busca la paz y corre tras ella.  
 Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos; 
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.  
Cuando uno grita, el Señor lo escucha 
y lo libra de sus angustias; 
el Señor está cerca de los atribulados, 
salva a los abatidos.  
Aunque el justo sufra muchos males, 
de todos lo libra el Señor;  
él cuida de todos sus huesos, 
y ni uno solo se quebrará. 
La maldad da muerte al malvado, 
los que odian al justo serán castigados.  
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él..

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

14 de junio de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El don del temor de Dios, del cual hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.

Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, precisamente como un niño con su papá. Esto hace el Espíritu Santo en nuestro corazón: nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios adquiere en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Sin embargo, es precisamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre.

He aquí por qué tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados.

Cuando estamos invadidos por el temor de Dios, entonces estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto, sin embargo, no con actitud resignada y pasiva, incluso quejumbrosa, sino con el estupor y la alegría de un hijo que se ve servido y amado por el Padre. El temor de Dios, por lo tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos, sumisos, sino que genera en nosotros valentía y fuerza. Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. Ser conquistados por el amor de Dios. Y esto es algo hermoso. Dejarnos conquistar por este amor de papá, que nos quiere mucho, nos ama con todo su corazón.

Pero, atención, porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiraniza, cuando vive sólo para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz. Nadie puede llevar consigo al más allá ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo. ¡Nada! Sólo podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias de Dios, aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los demás. Atención en no poner la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad, porque todo esto no puede prometernos nada bueno. Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper. ¿Pensáis que una persona corrupta será feliz en el más allá? No, todo el fruto de su corrupción corrompió su corazón y será difícil ir al Señor. Pienso en quienes viven de la trata de personas y del trabajo esclavo. 
¿Pensáis que esta gente que trafica personas, que explota a las personas con el trabajo esclavo tiene en el corazón el amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en quienes fabrican armas para fomentar las guerras; pero pensad qué oficio es éste. Estoy seguro de que si hago ahora la pregunta: ¿cuántos de vosotros sois fabricantes de armas? Ninguno, ninguno. Estos fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios. Estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y producen mercancía de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo acaba y que deberán rendir cuentas a Dios.

Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: «El afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege» (vv. 7-8). Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y poder reconocernos, juntamente con ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Que así sea.


Puntos de oración

Lunes 25/05/2020 – Don de Consejo

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

Salmo 16

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. 
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios». 
No hay bien para mí fuera de ti.  
En los santos que hay en la tierra, varones insignes, 
pongo toda mi complacencia.  
Se multiplican las desgracias
de quienes van tras dioses extraños; 
yo no derramaré sus libaciones con mis manos, 
ni tomaré sus nombres en mis labios.  
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, 
mi suerte está en tu mano: 6me ha tocado un lote hermoso, 
me encanta mi heredad.  
Bendeciré al Señor que me aconseja, 
hasta de noche me instruye internamente. 
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.  
Por eso se me alegra el corazón, 
se gozan mis entrañas, 
y mi carne descansa esperanzada. 
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
 ni dejarás a tu fiel ver la corrupción.  
Me enseñarás el sendero de la vida, 
me saciarás de gozo en tu presencia, 
de alegría perpetua a tu derecha.

Iluminamos la palabra con... El Papa Francisco

AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 7 de mayo de 2014
Hemos escuchado en la lectura del pasaje del libro de los Salmos que dice: «El Señor me aconseja, hasta de noche me instruye internamente» (cf. Sal 16, 7). Y este es otro don del Espíritu Santo: el don de consejo. Sabemos cuán importante es, en los momentos más delicados, poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo justo de hablar y de comportarse; y el camino a seguir. ¿Pero cómo actúa este don en nosotros?
 
En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos conduce cada vez más a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad. 
 
La condición esencial para conservar este don es la oración. Volvemos siempre al mismo tema: ¡la oración! Es muy importante la oración. Rezar con las oraciones que todos sabemos desde que éramos niños, pero también rezar con nuestras palabras. Decir al Señor: «Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué debo hacer ahora?». Y con la oración hacemos espacio, a fin de que el Espíritu venga y nos ayude en ese momento, nos aconseje sobre lo que todos debemos hacer. ¡La oración! Jamás olvidar la oración. ¡Jamás! Nadie, nadie, se da cuenta cuando rezamos en el autobús, por la calle: rezamos en silencio con el corazón. Aprovechamos esos momentos para rezar, orar para que el Espíritu nos dé el don de consejo.
 
En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco, dejamos a un lado nuestra lógica personal, impuesta la mayoría de las veces por nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras ambiciones, y aprendemos, en cambio, a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo?, ¿cuál es tu voluntad?, ¿qué te gusta a ti? De este modo madura en nosotros una sintonía profunda, casi connatural en el Espíritu y se experimenta cuán verdaderas son las palabras de Jesús que nos presenta el Evangelio de Mateo: «No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10, 19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero nosotros debemos dejar espacio al Espíritu, para que nos pueda aconsejar. Y dejar espacio es rezar, rezar para que Él venga y nos ayude siempre.
 
Como todos los demás dones del Espíritu, también el de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo allí, sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.
 
Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo estaba en el confesonario, delante del cual había una larga fila. Había también un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas… Y vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me dijo: yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el don de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto, este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto… Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.
 
Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos escuchado, nos invita a rezar con estas palabras: «Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8). Que el Espíritu infunda siempre en nuestro corazón esta certeza y nos colme de su consolación y de su paz. Pedid siempre el don de consejo.

Puntos de oración

¿Qué es la Iglesia en España?

No son números. Son PERSONAS. La Iglesia en España también eres tú.

Lo que hacemos.

Lo que haremos :

  • con tu participación
    • con tu tiempo
    • con tu talento
    • con tu oración
  • si lo cuentas
  • Con tu X en la declaración
  • Con tu aportación

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

PRIMERA LECTURA

Hch 2, 1-11
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
 
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
    «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
 
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34 (R/.: cf. 30)
 
R/.   Envía tu Espíritu, Señor,
        y repuebla la faz de la tierra. 
 
        V/.   Bendice, alma mía, al Señor:
                ¡Dios mío, qué grande eres!
                Cuántas son tus obras, Señor;
                la tierra está llena de tus criaturas.   R/.
 
        V/.   Les retiras el aliento, y expiran
                y vuelven a ser polvo;
                envías tu espíritu, y los creas, 
                y repueblas la faz de la tierra.   R/.
 
        V/.   Gloria a Dios para siempre,
                goce el Señor con sus obras;
                que le sea agradable mi poema,
                y yo me alegraré con el Señor.   R/.
SEGUNDA LECTURA
1 Cor 12, 3b-7. 12-13
Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
 
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

HERMANOS:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
 
Palabra de Dios.

SECUENCIA

Ven, Espíritu divino,
   manda tu luz desde el cielo.
   Padre amoroso del pobre;
   don, en tus dones espléndido;
   luz que penetra las almas;
   fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
   descanso de nuestro esfuerzo,
   tregua en el duro trabajo,
   brisa en las horas de fuego,
   gozo que enjuga las lágrimas
   y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
   divina luz, y enriquécenos.
   Mira el vacío del hombre,
   si tú le faltas por dentro;
   mira el poder del pecado,
   cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
   sana el corazón enfermo,
   lava las manchas, infunde
   calor de vida en el hielo,
   doma el espíritu indómito,
   guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
   según la fe de tus siervos;
   por tu bondad y tu gracia,
   dale al esfuerzo su mérito;
   salva al que busca salvarse
   y danos tu gozo eterno.


Evangelio

Jn 20, 19-23
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
 
AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
    «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
    «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
    «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
 
Palabra del Señor.

Para orar con el Cardenal Osoro

Ven, Espíritu Santo, y llénanos de tu armonía

En Pentecostés es bueno contemplar a la Iglesia en marcha, ver a la multitud de hombres y mujeres que son llamados por el Señor y enviados a anunciar el Evangelio y a ser testigos de Él en medio de este mundo. Al mirar en este día a toda la Iglesia, sentimos el gozo de vivir lo que tan bellamente nos recordaba el Papa san Juan Pablo II cuando nos hablaba de aquella parábola en la que el Señor hace un llamamiento a todos los hombres y que hoy nos sigue haciendo a pastores, miembros de la vida consagrada y laicos: «Id también vosotros a mi viña». Quisiera que esta carta tuviera un eco especial en la vida, misión y vocación a la que hemos sido llamados como Iglesia en medio del mundo.

Os invito a tomar conciencia de nosotros mismos. Hemos sido salvados sin merecimiento alguno, se nos ha amado incondicionalmente en lo que somos y como somos. Es normal que, si tomamos conciencia de ello, nos avergoncemos, pero bendita vergüenza; esta es ya una gracia. Permitidme recordar ese momento impresionante que vivieron los primeros discípulos el día de Pentecostés. Jesús había resucitado, había estado con ellos, se habían alegrado de su presencia y de sus palabras, pero aun así «estaban con las puertas cerradas», tal y como nos dice el Evangelio (Jn 20, 19-26). Tenían miedos, estaban encerrados en una estancia, no se atrevían a salir al mundo, vivían con muy pocas perspectivas y horizontes. No sabían cómo hacer lo que Jesús les pidió el día de su Ascensión: «Id por el mundo y anunciad el Evangelio». Algo parecido puede sucedernos a nosotros; tenemos muchos conocimientos, hemos logrado muchos avances, pero los miedos no se nos quitan.

Por un momento, contemplemos Pentecostés, contemplemos cuando el Señor les envía el Espíritu Santo que les había prometido. Todo cambia: sus preocupaciones se desvanecen, lo suyo no es lo importante, lo suyo es hablar y anunciar al Señor. Ni miedos ni dificultades para el camino, ni desalientos, ni preocupaciones por cómo salvar sus vidas. Dejan su encerramiento y salen a anunciar el Evangelio a todos. Marchan por el mundo conocido y entran en la realidad y en los caminos de los hombres. Les entra el deseo y el ansia de llegar hasta el último confín de la tierra.

Los primeros discípulos no eran expertos en hablar en público, pero habían sido transformados por el Espíritu Santo que no es alguien lejano y abstracto. No. Es muy concreto, es muy cercano, es quien nos cambia la vida. No es quien quita los problemas, tampoco quien realiza milagros espectaculares, ni por supuesto viene a eliminar de nuestra vida a los adversarios, ni a quienes son contrarios a lo que nosotros anunciamos. No. El Espíritu Santo trae la Vida a nuestra vida, nos da la armonía que nos falta, nos regala su misma armonía. Él es armonía. Provoca en nosotros una transformación tal que nos regala su armonía y la pone dentro de nosotros mismos y plasma este mundo como hijos y hermanos, da el contenido que estas palabras tienen realmente y nos hace trabajar para ello llevando paz donde hay discordia y conflicto. Como los apóstoles, nosotros necesitamos ser cambiados por dentro. Nuestro corazón está enturbiado, está en zozobra, está necesitado de un Amor que es regalo. Nos lo da Jesús y urge recibirlo. No nos basta ver, hay que vivir. No basta ver ni siquiera lo que vieron los primeros discípulos, que vieron al Resucitado. Urge que vivamos como resucitados. No basta verlo, es necesario que Jesús viva y renazca en nuestra vida, que nos cambie por dentro. Y aquí está la fuerza del Espíritu Santo. En este encuentro de Jesús con los discípulos del Evangelio de Juan, les dice por tres veces: «Paz a vosotros». La paz que el Señor les da no va a liberarlos de todos los problemas que se van a encontrar en el anuncio del Evangelio, en toda la misión y en todos los caminos por donde irán. Los que somos de tierra de mar quizá entendemos mejor esto de la paz porque hemos visto oleajes tremendos en la superficie del mar, pero, cuando entras en la profundidad, descubres que hay tranquilidad.

Este fue el camino de los apóstoles el día de Pentecostés: se dejaron invadir por la profundidad que da el Espíritu Santo, no se dejaron manejar por el momento en el que estaban observados y perseguidos. Y esto los mantuvo fuertes, serenos, con capacidad de hacer obras grandes como así se nos manifiesta en su camino de evangelización. «La paz os dejo» es un camino, el de la paz de Jesús, que no está en alejarnos de los problemas del momento, sino en dejarnos llevar por la profundidad que nos da el Espíritu Santo. Este no nos homologa, no elimina la diversidad que trae riqueza, pero sí da la armonía y la unidad a la diversidad.

Queridos laicos, en este día en que recordamos de un modo especial al laicado cristiano y a la Acción Católica, os invito a vivir vuestra vocación y misión que están enraizadas en vuestro Bautismo y Confirmación, para que, llenos del Espíritu Santo, os orientéis como nos dice la constitución Lumen gentium a «buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (LG 31). Os animo a asumir tres tareas esenciales hoy:

1. Habéis sido llamados a construir un orden justo. Con generosidad y valentía, iluminados por la fe y el magisterio de la Iglesia y siempre animados por la caridad de Cristo.

2. Habéis sido llamados a construir la sociedad con valores evangélicos. Configurados con Cristo por el Bautismo, sentíos corresponsables en la edificación de la sociedad según los criterios del Evangelio.

3. Habéis sido llamados a transformar la sociedad aplicando la doctrina social de la Iglesia. Afrontando las tareas diarias en el campo político, económico, social y cultural, trabajando por el respeto a la vida, la promoción de la justicia, la defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral del hombre… Todo esto es dar testimonio de Cristo.

 

Vuelta a la normalidad. Mirad que todo lo hago nuevo

Es la gran palabra repetida. Y me surge una cuestión que quiero compartir con vosotros, pues puede iluminar ese camino.  A qué normalidad queremos volver. Es decir cómo quiero que sea mi vida después de lo  que he vivido.  Creo y como pastor os lo comparto, no podemos volver a vivir igual.

Igual que hablo de mi vida, hablo de la parroquia, de las actividades pastorales… 

Creo que  a cada uno nos toca ser sinceros con nosotros mismos para responder esa pregunta. Por ello, vamos a pedir insistentemente luz al Espíritu Santo, para que nos abra a su presencia. Para que nos ayude a discernir que quiere Él;  y como creyentes,  hemos de pedir que lo que quiera Él, también lo queramos nosotros. Ser SANTOS. 

Personalmente pienso  que hay una llamada urgente a recuperar la esencia de la Vida. El AMOR VERDADERO. Y quitar  todo lo que obstaculice su presencia en nuestras vidas .de la vida familiar, del ocio, del trabajo, de las agendas, de la parroquia, del bienestar y consumo, de lo económico, de las tecnologías, de las compañías…  Quitar  todo envoltorio por muy bonito que sea que  obstaculice encontrarnos con Cristo y vivir unidos a Él. Ese es el verdadero regalo   Y ese regalo es la Salvación. Cristo ha muerto y ha resucitado por mí. Porque me quiere, para salvarme del pecado y de la muerte,  y esa alegría Pascual la hemos de anunciar.

 Sin querer ser exhaustivo, sin querer hacer una descripción detallada de lo vivido, ni un estudio sociopolítico ni eclesial, ni entrar en crítica de ningún tipo sino simplemente mirando hacia adelante quiero  compartir cosas que pienso que están en el  sentir común de la gente.

.- El parón. Al principio que duro, que susto, uff como vamos a afrontar la convivencia todos juntos, como voy a parar la cabeza,….y aquí podemos poner cada uno lo que  hemos experimentado.

El tiempo nos ha mostrado que en parte esta  experiencia  ha sido un gran regalo. Hemos tenido que abrirnos a compartir tiempo con los demás especialmente con mi familia. Eso ha supuesto ceder, no encerrarnos en nuestro cuarto y hemos descubierto que bien y que bueno es eso. Cuanto quiero y valoro a mi familia. Cuanto echo de menos no poder ver a mis padres, ni abrazarles, ni tener gestos de cariño….y eso es necesario mantenerlo y afianzarlo día a día. Y no solo porque me toca estar encerrado en casa sino porque es parte fundamental de mi vida. Eso obligará a mirar nuestras agendas, a buscar tiempo de calidad, a compartir y vivir junto y con mi familia.

.- La presencia de Dios. Y ¿Dónde está Dios? la gran pregunta del hombre ante el dolor. Y la respuesta como es habitual  en Él, ha  sido en el silencio. Y muchos hemos experimentado como una vuelta a lo esencial. A la necesidad de estar en  su presencia. Fundamentalmente en Semana Santa,  donde el  no salir, ha centrado  nuestra atención solo en Él. Muchos me habéis dicho que esto os  ha ayudado a vivirla muy profundamente.

Cuantas veces en las celebraciones la presencia del envoltorio, los signos, los cantos, el sacerdote, la asamblea,  cuya misión es adentrarnos en el misterio y por eso las diferentes sensibilidades y maneras celebrativas, empaña y  no ayuda a la transparencia.  Nos oscurece en vez de abrirnos al misterio de Amor. A descubrir la entrega de Cristo en la cruz y su resurrección por salvarnos.

Eso mismo que ocurre en las celebraciones, sin negar la importancia de la mediación, nos puede pasar en toda la vida pastoral, y no solo a los sacerdotes, sino que es necesario que revisemos si  transparentemos  solo y exclusivamente  a Cristo. o  a veces nuestras peculiaridades lo difuminan. Él es el  Único Mediador,  lo que evitaría que en nuestra vida solo diésemos cabida  a  una visión concreta  de la Iglesia o del  evangelio,  sin darnos cuenta de que en la Iglesia cabemos todos,  siempre que estemos  de acuerdo con el depósito de la fe transmitida .  Y que las distintas espiritualidades y carismas son un regalo para ella, con independencia de que nos sintamos más identificados con unos o con otros.

Lo mismo nos puede ocurrir con nuestros grupos de referencia.  Es necesario pararnos  para ver si verdaderamente me hacen crecer en mi entrega de la vida, en mi deseo cada vez más profundo de ser sólo y exclusivamente de Cristo sabiendo que a más Cristo, esto nos va a llevar a entregarnos más a la familia, a un trabajo bien hecho y digno. A  un mayor servicio y entrega en ocasiones a través de terrenos inéditos o inexplorados.  Es decir,  a vivir el camino de santidad, que Dios tiene pensado para cada uno de nosotros.

Por eso una preocupación que me surge es si en la actualidad eso se produce en mi vida. ¿El grupo en el que participo , me ha ayudado y me sigue ayudando hoy en este momento concreto a esa entrega o al contrario es  solo un  espacio de confort?  A veces ocurre en los grupos humanos, que el valor final aunque no se reconozca como tal,  es el  permanecer en el grupo y lo que valoremos es sus años de existencia  y así a menudo , nos encontramos sin apenas cambios de personas ni de acciones ni de planteamientos a excepción de los que la propia biología de la vida va generando.   

 Aquí sí que os pido que seamos muy sinceros con nosotros mismos. Porque habrá muchos matices, y muchos claroscuros. Para ello es  necesario mirar los frutos. El grupo, la catequesis, ¿me ha abierto sinceramente a Dios? ¿Me ha permitido ofrecerle mi vida? ¿Me ha permitido salir de mi propio grupo, solo por ser fiel a lo que Dios me pide? ¿Me ha abierto a los demás incluso a aceptar planteamientos y a respetar y reflexionar planteamientos de la Iglesia que son ajenos a mi espiritualidad  y a mi sentir,  o por el contrario siempre revisamos y estudiamos y profundizamos en la mismos autores, en las mismas corrientes espirituales, los mismos temas,  sin permitir de esta manera al Espíritu que nos abra a otros horizontes. ¿Me ha llevado a una vida mucho más de santidad, y de entrega a Dios y a los demás? ¿Me ha llenado de los frutos del Espíritu Santo y me ha ayudado a  poner en práctica las obras de misericordia que tan oportunamente, nos recordaba el Papa, en el jubileo extraordinario?

.- La apertura a la trascendencia, Mucha gente se ha ido abriendo a la trascendencia entrando  en su cuarto, cerrando  la puerta para entrar  al   corazón y rezar.  Al mismo tiempo. La necesidad de la eucaristía,  de la Palabra, donde me he sentido más interpelado por Dios para afianzar este trato íntimo con Él. Como puedo organizar mi vida  para que eso trato íntimo  sea un momento central del día.

:- La presencia de la parroquia en su conjunto.  Al intentar al hilo de lo que ocurría  ir adaptándonos y satisfaciendo las diferentes necesidades y sensibilidades, se nos ha  mostrado de una manera más clara la gran riqueza de la parroquia. Las diferentes realidades que vivimos y  con las que compartimos la fe en ella. Ese deseo que manifestasteis de  poder celebrar el triduo pascual desde la parroquia, pues a veces la celebración en Roma se hacía muy ardua sin que eso supusiese problema alguno de comunión con el Santo Padre.  Esto seguro que nos ha ayudado  a experimentar que   formamos parte de una comunidad de hermanos en la fe. Es cierto que  con   diferentes matices, pero  hermanos. Seguro que nos ha hecho ser más conscientes de la Universalidad de la Iglesia  al tiempo que a muchos os ha permitido seguir  meditaciones y reflexiones , a través de páginas propias de  órdenes y movimientos distintos a la parroquia   siendo así enriquecidos por el Espíritu Santo.

.-La alegría de darnos y la dignidad de la persona.  Ha sido una gran marea de entrega, de servicio, de deseo de ayudar. Es decir de seguir al Maestro lavando los pies. Aunque también aquí a veces pueda existir una gran dosis  de emotividad, de sensiblería. El salir a los balcones a aplaudir, el dar  a los likes en los mensajes y campañas, y reenviarlas, no puede servir,  simplemente para acallar conciencias. Es preciso que me lleven a vivir según eso a lo que he dicho like.  Quizá pensemos que contribuir con  mi firma es ya suficiente y no haga  que varíe en absoluto mi manera de vivir, justificando un estilo de vida en el que no renuncio en nada  ni  a mi confort, ni a mi comodidad, ni  a mi bienestar.   Uno de los aprendizajes  que más nos urge , es a recuperar el valor de lo sencillo y de la austeridad. No podemos querer y tener todo, de todo y en todo momento e inmediatamente. La educación en la paciencia y en la espera es algo que urge.

Para que entendáis a lo que me refiero, os pongo algunos ejemplos  que me han llamado poderosamente la atención.

  El miedo a contaminarnos y a contagiarnos, pero el aumento brutal de pedidos en line. Los demás no importan mientras a mí no me falte de nada. Lo mismo con las compras, llamaba a todo el mundo la atención al principio la obsesión por el papel higiénico, y la leche, basados seguro en los por si, sin pararnos a pensar en los demás. Esto da pie al siguiente aspecto.

.- El miedo o egoísmo.  Lo más doloroso de todo ha sido la muerte de miles de personas y lo que se oye es: pobrecillos, que se le va a hacer; vaya faena, les ha tocado. Abuelos que han dado su vida, que no han tenido una vida fácil: la guerra, la emigración, los años del hambre, el desarrollo, el esfuerzo para que estudiásemos,  y de nuevo, ay es que son mayores y  ya su vida está cumplida. surge así  de manera sibilina  la justificación de que su vida está cumplida y nosotros somos jóvenes y tenemos todavía mucho por vivir. Lo mismo con las personas   con discapacidad que se han convertido en números y no se les ha podido acompañar personalmente. O incluso se ha decidido prescindir de ellos porque los recursos no daban abasto, ¿y la dignidad de la persona en todas sus circunstancias dónde queda? ¿Dónde están las voces que defienden  la dignidad de la persona en todo momento y circunstancia?. Creo que hemos estado muy callados. aunque espero y confío  que ninguno de nosotros hayamos sucumbido a esas dos tentaciones sino que al contrario hayamos apreciado más aun el valor de la vida humana en toda su dignidad y lo anunciemos sin desfallecer.

Es cierto que la respuesta de todos espero haya  sido la oración. Una oración de intercesión; pero también es momento de revisar  si a través de  la oración justificamos el no dar la vida. El quedarnos parados. La oración no olvidemos que nunca es individualista ni siquiera en los contemplativos más eremitas ,  sino que siempre conlleva   dar mi vida por los demás,. eso sí , de la manera que Dios disponga.   Por ello la pregunta que nos hemos de hacer es si mi oración me ha llevado a entregar mi vida aunque eso suponga renunciar a mi bienestar y confort. y no me refiero sólo a lo económico.

Por todo ello, os invito a que en esa vuelta a la normalidad cada uno seamos sinceros. Que  nos demos cuenta de  lo que nos ha llenado de paz. De alegría, de cariño, de ternura y de amor. Y lo escribamos bien en grande en nuestro corazón, para que en nuestro día a día lo llevemos y lo hagamos presente.

Que veamos también todo aquello, en que nos ha faltado confianza en Dios, para poner mi vida en sus manos, en todo aquello en lo que el  miedo ha hecho presa en nuestra vida, y ha triunfado mi confort, mi bienestar.  Para que pueda vivir poniendo mi vida en sus manos

También es bueno que veamos la bondad del silencio. La bondad de la vida sencilla. una vida  reposada y tranquila. La bondad de la austeridad

La bondad del tiempo de calidad con los demás, con Dios y conmigo mismo, y que nos dispongamos a tener en  nuestro día esos espacios. Si para conseguirlo fuese necesario   despejar la agenda parroquial junto con la personal, la despejamos.

 En definitiva que es lo que nos ha acercado mucho más profundamente a Dios y que nos ha separado de ello. Cuáles son los auxilios que he tenido para esa tarea. Y que obstáculos me he encontrado, para que los sepamos distinguir y apartar.  En definitiva no es otra cosa que ver como puedo vivir y que tengo que cambiar para ser más feliz siendo de Cristo. Es decir   ser Santos y  Construir  el Reino de Dios. y cuando movidos por el Espíritu,  lo intuyamos, lo escribimos, lo compartimos y sobre todo lo ponemos en práctica. 

Aprovecemos este momento único para volver a Dios. Para hacerle el centro de   nuestra vida. Que este momento sea un nuevo Pentecostés para nuestra querida Parroquia de San Alfonso, sea un nuevo Pentecostés para cada uno de nosotros y salgamos  todos a la calle a anunciar  con nuestra vida y  con nuestra palabra, la Verdad de la Vida.   Dios nos  ama de tal manera que  por la muerte y resurrección de Cristo nos ha salvado de la muerte, para que estemos junto a Él eternamente. y así vivamos llenos de gozo y alegría. para que con nuestra vida y testimonio llenemos nuestras familias , la ciudad y el mundo de esa misma alegría.  Seamos pues misioneros del Amor, misioneros de la Alegría misioneros de Cristo y constructores del Reino de Dios.

Que Dios nos bendiga , nos ilumine y nos ayude en esa tarea