Creo, Señor, pero aumenta mi confianza

Poco a poco el tiempo ha ido transcurriendo y en este día de Pentecostés, quiero compartir con vosotros reflexiones que como en otras ocasiones surgen de la oración y del tiempo pasado ante el Santísimo en estos meses de confinamiento.

El deseo de Dios y la confianza

La primera y fundamental, ¡cuánto hemos buscado a Dios!  Ha sido un aluvión de respuestas: Unas más acertadas que otras, unas más en nuestra sintonía que en otras pero en todas ellas estaba el deseo de la Iglesia de acercarnos a Dios. Casi todas las parroquias, los movimientos, las  órdenes religiosas, a menudo los propios fieles de manera particular,  han intentado cuidar de la porción del rebaño que les ha sido destinada, y para ello hemos rezado, intercedido y usado  la tecnología con las virtudes y logros que conlleva pero también con sus carencias.

Otro elemento a resaltar ha sido el recuperar la comunión espiritual, la unión íntima con Cristo, en el deseo,  ante la imposibilidad de realizarla físicamente. Y como diría san Francisco de Asís, ahí Dios nos ha regalado  una florecilla a la parroquia, pues esa oración procede de nuestro patrón S. Alfonso María de Ligorio

Un rasgo fundamental,  en este deseo de intimidad con Dios, ha sido la numerosa presencia de Cristo Eucaristía. Hemos puesto en valor, y nos hemos dado cuenta, de la importancia  y necesidad de la Eucaristía, pues la Iglesia vive de ella.   Numerosas celebraciones ya sea  desde Roma, con  la impresionante oración en  san Pedro el viernes de dolores, o  la exposición diaria después de la misa de la mañana en Santa Marta,   hasta el rincón más perdido,  han tenido en la Eucaristía el centro de la experiencia de Dios, acompañada claro está como no podía ser de otro modo, por la Palabra.

Le  necesitamos, le  buscamos. Queremos  verle, escucharle y estar con Él, y así poder llenarnos  de su consuelo y amparo.

Junto a lo anterior, la labor callada de entrega y servicio nacida del Amor. No es posible amar mucho a Dios, si no amamos a los demás. Y de nuevo la Iglesia a pie de obra, en las parroquias, en los hospitales en la residencia intentando llevar el auxilio, la cercanía y la ayuda de Dios tanto material como espiritual a todos los que lo necesitaban.

Por eso creo y es mi impresión,  que han sido dentro del profundo dolor, tristeza y sufrimiento,  meses donde la  gracia se ha desbordado para llenar a los hombres de consuelo y esperanza. han sido meses de verdadero deseo de encuentro con Dios, donde nos hemos dado cuenta de la importancia y del gran regalo de la fe, de la esperanza y por supuesto del Amor.

 Pero junto a ello,  ha habido una percepción  que se ha ido confirmando según se acercaba Pentecostés, iluminada  a través   de los hechos de los apóstoles, al recoger  las dificultades de la Iglesia naciente.  La percepción que estriba en  la actual falta de confianza  en Dios de la que me hago parte y me reconozco. Es cierto que creemos en Él, que le queremos con locura, pero ¡ay! cuanto nos cuesta confiar en Él, y ver en todo lo que vivimos su protección

Es aquí donde quiero detenerme. Es cierto que tenemos mucha fe pero nos falta mucha confianza.

Rasgos de la ausencia de confianza

Nos falta la confianza como un estilo y una opción total e integradora de la vida.  Y cada día por otra parte,  más necesaria. La fe en su esencia supone una concepción integradora de la vida. Supone una luz y una fuente que  ilumina toda nuestra existencia. Y esa fe se va concretando en un mayor abandono en la voluntad y en los brazos del Padre. Es cierto que este abandono es difícil. Ejemplo de Cristo en Getsemaní. Pero  ante las características de nuestra sociedad y estilo de vida, es cada vez más necesario y urgente recuperar esa dimensión. No es cuestión aquí de hacer un  tratado sobre la fe, pero si quiero desde mi experiencia y oración dar algunas pinceladas que lo puedan iluminar. 

 Primero detectar el peligro o el engaño. Vivimos continuamente reclamos de desconfianza,  debido claro está a que la sociedad al ser cada día más virtual va perdiendo el trato humano y real con las personas. Cada día se da la paradoja  de que nos  es más fácil actuar de una manera anónima  y al mismo tiempo tenemos mucho menos ámbito de libertad y privacidad. Nuestras vidas cada día están más  controladas. Cruces de datos, en todos los ámbitos, cámaras en todas las ciudades y esquinas, avisos de que su conversación está siendo grabada…. La visión del gran hermano, es una realidad. En  base a una supuesta seguridad somos cada día más controlados y controladores, pues no nos fiamos de los demás.

Otro ejemplo vivido estos meses: los vecinos «controlers»  que se erigían en la policía de las buenas prácticas durante el confinamiento.

Donde queda el prohibido prohibir de hace 40 años, o el simple apretón de manos, para saber que me podía fiar, o las expresiones:,”  te doy mi palabra”  o “palabra de honor”. Ahora la palabra de uno, ya  no sirve. La puedo cambiar en cuanto quiera, como vemos que se hace continuamente en todos los ámbitos de la vida y con más dolor en las autoridades. Y esta desconfianza, este estilo de vida, de manera paulatina va empapando nuestra piel, nuestra percepción y nos transforma, llegando de manera inconsciente a que en  nuestro interior sin darnos cuenta se produzca la siguiente pregunta.

¿Si no me puedo fiar de la palabra de los demás,  como me voy a poder fiar de la PALABRA de DIOS?

Por eso es urgente, recuperar ese aspecto de la fe.  Ser persona de principios, y cuál es nuestro principio. Soy de Cristo. Soy discípulo suyo y quiero vivir como Él, aunque eso suponga en muchas ocasiones no ser comprendido o  ser criticado. La fe en su esencia  es confiar. Yo sé de Quien me he fiado.

Por eso en este Pentecostés vamos a pedir la experiencia de la confianza, que nace por supuesto  del Amor. De conocer a Cristo, pero que solo se puede poner en práctica desde la confianza.

 Igual que nos pasa con el amor, que si no amamos a los hermanos a los que vemos, como vamos a amar a Dios, pues lo mismo ocurre con la confianza. Si no confío en los demás como voy a confiar en Dios.

Recuperar la confianza

Por eso hoy os invito a que nos  demos cuenta de donde he puesto mi seguridad. Lo vamos a hacer de una manera realista. De una manera sincera,  para detectar cuando y en que circunstancias, esa seguridad radica solo en mis fuerzas, en mis logros en mi entorno confortable, en mantener a toda costa mi bienestar. o por el contrario en la llamada de Cristo a Pedro después del dialogo de amor, en que le dice SIGUEME

Algunas dificultades que todos tenemos para ese seguimiento y esa confianza, son propias de nuestra debilidad humana. Entre ellas, el miedo. El gran anuncio de Cristo siempre es no tengáis miedo. Sus últimas palabras, es yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. Confiad en mí. Pero el miedo es libre. Y cada uno tenemos nuestros propios miedos y la tentación se sirve de ello. Este miedo se manifiesta también al rezar, especialmente el Padrenuestro Rezamos diariamente, hágase tu voluntad, pero en numerosas ocasiones nos encontramos pensando que esa voluntad de Dios  en vez de ser algo agradable, bonito, bueno para los hombres, va a ser sufrimiento y cruz.  Es una imagen de Dios  en la que pareciese que su voluntad no es buena para nosotros. Tenemos miedo de su voluntad cuando debería ser todo lo contrario. Lo único que Él quiere  es que vivamos llenos de Amor. Que disfrutemos de la Vida en su plenitud. Que nos llenemos de los frutos del Espíritui Santo. Amor, gozo, paz…Galatas 5,22

Es el gran aprendizaje de los  ejercicios espirituales. Según vas avanzando en ellos, va creciendo el deseo de entrega da Dios, e inmediatamente, viene el miedo. Si Señor lo que quieras, pero  esto no. Por favor, aquello tampoco y a lo de más allá consúltame primero…. es decir es tanto el miedo a perder nuestro ámbito de confort, a perder ser nosotros los que organizamos nuestra vida, que al final nos lleva a no confiar, solo a creer y a desear pero nos cuesta mucho llevarlo a la  práctica.

Por eso los ejercicios  acaban, con el envío a la misión, con la oración del total abandono de s. Ignacio. Tomad Señor y recibid…. 

Y la gran pregunta ¿como crezco en confianza?. Sólo hay una manera. Confiando.

 La confianza no es un sentimiento, no es algo afectivo, la confianza es un acto de voluntad que vincula a la inteligencia y a los afectos. Y cuando nos la han robado o  la hemos perdido, hay que vivirla como una opción de vida.

Vuelvo a optar por confiar, vuelvo a optar por vivir la vida desde esta manera,  vuelvo a dar una oportunidad, vuelvo a mirar con confianza a esa persona a mi mismo  a Dios.

El gran regalo de la Fe, la vida eterna. El gran miedo del ser humano es a la muerte, yo diría incluso más que a ella,  al dolor y al sufrimiento.  Esta certeza nos rompe por dentro.  El ejemplo más claro es Getsemaní, y el salmo de Cristo en la Cruz, Dios mío, Dios mío, que aunque es un salmo de confianza, parte de la súplica y sensación de abandono total. Ante la gran prueba de la cruz, surge la fe. La fe a oscuras. Creer cuando ya no hay motivo para seguir creyendo, y hemos de hacer una opción de querer seguir creyendo y de pedir la fe. Ese aumento de fe lo tenemos que pedir hasta media hora después de muerto, como se suele decir. . Y esa fe nos muestra y nos enseña que nuestra vida es muy amplia. Nuestra vida no se circunscribe solamente a los años terrenos, sino que como veíamos el domingo de la Ascensión nuestra vida, está llamada a la eternidad. Nuestro cuerpo, nuestra persona, está llamada a la divinidad, porque El Verbo se ha hecho hombre y nos ha concedido participar de su divinidad.

La confianza desde nuestra humanidad. De nuevo como afrontarlo. Sólo lo podemos hacer desde la confianza, que ha de  partir  de nuestra debilidad. El ejemplo de la niñez espiritual, comenzado por Santa Teresa de Lissieux. Hemos de pedir insistentemente que aumente nuestra fe y nuestra confianza. Desde una posición humilde.  De reconocernos pequeños, débiles, incapaces de sufrir porque de aquella manera dejaremos al Espíritu Santo que nos llene, de sus fuerza. De reconocer, mis miedos, mis inseguridades, mis faltas de confianza, para pedirle al Señor que las vaya supliendo porque yo no soy capaz.

Lógicamente, también  hemos de pedir que nos libere de esa prueba, pero hemos de aprender como en la historia de los mártires que el Espíritu Santo en el momento más duro está siempre a nuestro lado sufriendo con nosotros y auxiliándonos.

Por eso es importante recuperar la historia de la Iglesia y de los santos que nos han ido marcando el camino…para que su ejemplo nos ayude a confiar y a saber que si a ellos les ha ayudado a nosotros también.

La obediencia a la Iglesia. Aquí quiero resaltar el ejemplo de tantos santos que perseguidos por la Iglesia, y encarcelados por ella, no han dejado de quererla y de obedecerla. En esa actitud de amor y humildad, la Verdad se ha impuesto, y sus reformas fueron aceptadas, y fueron fuente de renovación espiritual de la Iglesia y ahora les veneramos y reconocemos su santidad.  

Y dentro de este apartado quiero también destacar la actitud de nunca creernos propietarios de los dones que se nos han ofrecido ni de los carismas otorgados pues igual que Abraham hubo de entregar a  Isaac al sacrifico, es mucho más frecuente de lo que pensamos , aunque el caso más conocido sea  el de san Francisco de Asís, que muchos  proyectos, empresas ,y  grupos iniciados por una persona, estos se  ven retirados de ella en vida, viendo y aceptando como su obra es continuada por una persona ajena a ellos.

La enseñanza de los demás.  Junto a los mártires y a los santos, otro elemento que nos puede ayudar a recuperar y crecer en confianza con Dios es la Historia Sagrada. Ver, conocer  como Dios no ha sido nunca indiferente al dolor del justo, al dolor de los hombres, al dolor de su pueblo, y como se las ha ingeniado para intervenir y guiar a los hombres en la historia de la salvación. Cuidado aquí con una visión providencialista de la  vida, en ocasiones mucho más evangelista que católica, buscando en todo  una actuación directa de Dios, convirtiéndonos en simples marionetas. La Providencia es cierto que actúa, pero nunca nos anula.  Por eso es necesario ese discernimiento que nos haga descubrir como Dios nos habla y nos guía a través de los acontecimientos sin entender que sea Él el causante  directo de los mismos

Y junto al ejemplo de los personajes bíblicos, el ejemplo de nuestros familiares, vecinos, personas conocidas de lo que te puedes fiar. De aquellos que sabemos como han vivido situaciones durísimas en su vida, y lo han hecho desde la confianza.  No desde la resignación ,que es no me queda otra y me aguanto, actitud no cristiana, sino desde la confianza, como la Virgen, no entiendo nada, me duele lo que me está ocurriendo, Señor no te veo ni te siento ni te escucho, pero creo y confío en ti

Aprender a abandonarnos. La siguiente escuela es el abandono. No se trata de una actitud de pasotismo o de indiferencia ascética o de tipo zen hacia lo que ocurre a mi alrededor, sino todo lo contario. Saber que Dios cuenta conmigo para construir su Reino, pero que no soy Dios. Y que no todo depende de mí. Que yo he de servir a mi Señor haciendo lo que me corresponde. Haciendo mi tarea, viviendo mi vida intentando ser fiel a la misión que Dios me ha encomendado. Lo que tantas veces hemos dicho que a nosotros nos toca sembrar.  Es decir somos sus manos, pero no somos la cabeza y la tentación hace que muchas veces nos creamos que somos nosotros los únicos responsables de la vida.

La gratitud y alegría por el bien de los demás. Muy unido a lo anterior  existe otro gran peligro. La comparación. A ti que Pedro, a ti que. Nosotros hemos de ser fieles a los que se nos pide, hemos de seguirle con toda nuestra vida, por el camino que se nos indique, por el camino que se nos pida, y si a los demás no les toca ese camino, y si en nuestra opinión los demás tienen más suerte o una vida más fácil, me alegro por ellos. Doy gracias por ellos, y yo me limito sólo a ser fiel a lo que se me ha pedido a mí.

Por eso la gratitud  también es necesaria para vivir  la confianza. La alegría por el bien de los demás. Esta forma de vida,  evita la envidia. Hace que no estemos deseando continuamente aquello que no tenemos.

La gratitud  surge de una profunda experiencia de humildad. Gratitud porque me sé y me reconozco que todo en mi vida es don. Es cierto que esos dones los habré puesto en juego, los habré hecho florecer, pero todo es don y todo es gracia y luego tarea. Porque nuestra vida es un regalo de Dios y ninguno de nosotros tenemos el control absoluto de la misma.

Por eso a partir de Pentecostés y durante toda nuestra vida,  vivamos según el Espíritu quiere y nos ha enseñado. Vivamos llenos de gratitud, por haber conocido Cristo, por ser los amados del Padre. Y en esa gratitud vivamos la vida como el verdadero don que es. Con las ayudas de los sacramentos que el Espíritu ha suscitado. Con la riqueza de la Iglesia en su pluralidad de experiencias, vivencias, hermanos, con la pluralidad de carismas. Vivamos y salgamos sabiendo que para vivir en confianza hemos de ir ligeros de equipaje.  Tanto, equipaje material, que hará que  notemos  de manera muy fuerte las inclemencias del tiempo, pero también de equipaje afectivo y seguridades. Sabiendo que hemos de ir con  unas sandalias y sin túnica de repuesto y hospedarnos donde seamos acogidos.

Pongámonos pues a vivir  en confianza. Hagamos un acto de voluntad de evitar tantas cosas que cargamos diariamente por si ,por si , y que luego igual que la ropa en la maleta se ha quedado sin usar, en nuestra vida tantos supuestos no han sido necesarios.

Un ejemplo que entendemos todo, es cuando vamos a la montaña, o hacer el camino de Santiago. si en un principio metiésemos en la mochila todo lo que pensamos que es necesario, pesaría 30 kilos, lo que nos imposibilitaría andar . Pues lo mismo con nuestra vida.  Quitemos todo aquello  que nos aplasta, y nos entorpece. Vivamos confiados de que si hay un problema saldremos adelante. Todos hemos tenido experiencia de ello. De las numerosas veces que  hemos experimentado que Dios dirige la iglesia; que Dios  guía nuestra vida;  que a nosotros nos corresponde solamente  ser y estar disponibles a la  misión que Él nos quiera encomendar y llevarla a cabo con su ayuda de la mejor manera posible.

Pues llenos de confianza, sabiendo que tenemos el mejor protector y seguro del mundo, que es el Espíritu Santo salgamos a las plazas a los caminos, empezando por nuestras familias a anunciar con nuestra vida, que SOLO DIOS BASTA, y veremos y comprobaremos como nuestras vidas se llenan de Alegría. Y como eso no es fácil ayudémonos unos a otros a vivir en esa confianza y abandono en Dios. Que Dios os bendiga