Miércoles 03/06/2020 – Bienaventurados seréis si…

Palabra de Dios

Mt 5,1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sen­tó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
-«Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Iluminamos la palabra con... Isaac de Stella - Sermón: ¿Quieres ser feliz?

«Bienaventurados los pobres en el espíritu» (Mt 5,3)

Todos los hombres, sin excepción, desean la felicidad, la dicha. Pero referente a ella tienen ideas muy distintas; para uno está en la voluptuosidad de los sentidos y la suavidad de la vida; para otro, en la virtud; para otro, en el conocimiento de la verdad. Por eso, el que enseña a todos los hombres, comienza por enderezar a los que se extravían, dirige a los que se encuentran en camino, y acoge a los que llaman a su puerta… Aquel que es «El Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6) endereza, dirige, acoge y comienza por esta palabra: «Dichosos los pobres en el espíritu».

La falsa sabiduría de este mundo, que es auténtica locura (1C 3,19), pronuncia sin comprender lo que afirma; declara dichosa «la raza extranjera, cuya diestra jura en falso, cuya boca dice falsedades» porque «sus silos están repletos, sus rebaños se multiplican y sus bueyes vienen cargados» (Sal 143, 7-13). Pero todas sus riquezas son inseguras, su paz no es paz (Jr 6,14), su gozo, estúpido. Por el contrario, la Sabiduría de Dios, el Hijo por naturaleza, la mano derecha del Padre, la boca que dice la verdad, proclama que son dichosos los pobres, destinados a ser reyes, reyes del Reino eterno. Parece decir: «Buscáis la dicha, y no está donde la buscáis, corréis, pero fuera del camino. Aquí tenéis el camino que conduce a la felicidad: la pobreza voluntaria por mi causa, éste es el camino. El Reino de los cielos en mí, ésta es la dicha. Corréis mucho pero mal, cuanto más rápidos vais, más os alejáis del término…»

No temamos, hermanos. Somos pobres; escuchemos al Pobre recomendar a los pobres la pobreza. Podemos creerle pues lo ha experimentado. Nació pobre, vivió pobre, murió pobre. No quiso enriquecerse; sí, aceptó morir. Creamos, pues a la Verdad que nos indica el camino hacia la vida. Es arduo pero corto; la dicha es eterna. El camino es estrecho, pero conduce a la vida (Mt 7,14).

Puntos de oración

Martes 02/06/2020 – César y Dios

Palabra de Dios

Mc 12,13-17

En aquel tiempo, mandaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta.
Se acercaron y le dijeron:
-Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?
Jesús, viendo su hipocresía, les replicó:
-¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea.
Se lo trajeron.
Y él les preguntó:
-¿De quién es esta cara y esta inscripción?
Le contestaron:
-Del César.
Les replicó:
-Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios.
Se quedaron admirados.

Iluminamos la palabra

No pocas ocasiones leemos en los Evangelios cómo los fariseos se interesan por Jesús de una manera hipócrita. Por una parte, comienzan el diálogo desde la adulación más que desde la admiración; por otra, desde la intención oculta de querer pillarlo en un renuncio. Jesús se ve enfrentado a un dilema, esto es, a una pregunta con dos respuestas posibles. Le preguntan sobre la licitud de pagar o no los impuestos del imperio. Con una deja satisfecho a unos pero es rechazado por los otros, e inversamente, si elige la otra, satisface a unos pero es rechazado por los otros. 

Este trozo se le conoce como “La Trampa”. ¿Qué hizo Jesús? la resolvió con sabiduría abriendo una tercera respuesta que sobrepasa la barrera de la división que maliciosamente implicaba la pregunta y además, separó claramente el ámbito de las acciones y decisiones humanas de todas aquellas que son de Dios. Esta trampa de los fariseos se sigue presentando hoy en diversos planos, pero las cosas de Dios están en otro orden. Para muchos, las cosas del César son las cosas del mundo, las de Dios, son las cosas en las que el hombre se siente religado a un mundo religioso.
 
Como cristianos estamos llamados a impregnar con la fe cada acto de nuestra vida social y no sólo expresarla en el culto o los actos religiosos. De algún modo hoy se nos recuerda cómo Jesús respeta el libre albedrío, es decir, la libertad del hombre para decidir, lo que implica un gran regalo pero también una gran responsabilidad.

Puntos de oración

Lunes 01/06/2020 – Arcilla en manos del Alfarero

Comenzamos el tiempo ordinario con un salmo que nos invita a la confianza en Dios. Sobre este salmo 90 ha escrito san Agustín una frase que podría ayudarnos a centrar nuestra oración de hoy, recogiendo la experiencia del salmista: “Dios te protegerá, es decir, te colocará delante de su pecho para protegerte con sus alas. Reconoce ahora, como débil polluelo, tu flaqueza y huye a esconderte debajo de las alas de la madre para que no te arrebate el milano”. 

Necesitamos tener esta experiencia de cuidado y de protección de dios para verle «implicado» en nuestra vida, verle cómo tiene sus manos puestas sobre cada uno de nosotros para modelar nuestro corazón (aunque a veces existan dificultades). Por eso, pidiendo el don del Espíritu Santo, entremos en la oración con la confianza de que hoy Dios quiere hablarnos al corazón y mostrarnos su cuidado.

Palabra de Dios

Sal 90,1-2.14-15ab.15c-16

Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti.
 
Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre,
me invocará y lo escucharé.
 
Con él estaré en la tribulación.
Lo defenderé, lo glorificaré;
lo saciaré de largos días,
y le haré ver mi salvación.

Iluminamos la palabra con... Papa Francisco (2017)

La acción de Dios en nuestra vida […] es una labor que requiere el valor de dejarse llevar por el Señor, para que transforme nuestro corazón y nuestra vida. Esto hace pensar en la imagen bíblica del barro en manos del alfarero (cfr. Jer 18,1-10) y en el episodio en que el Señor dice al profeta Jeremías: «Levántate y baja al taller del alfarero» (v. 2). El profeta va y, observando al artista que trabaja la arcilla, comprende el misterio del amor misericordioso de Dios. Descubre que Israel está protegido en las manos amorosas de Dios, que, como un alfarero paciente, cuida de su criatura, pone en el torno la arcilla, la modela, la plasma y, así, le da una forma. Si advierte que el vaso no ha salido bien, entonces el Dios de la misericordia echa nuevamente la arcilla en la masa y, con ternura de Padre, vuelve nuevamente a modelarla.

Puntos de oración

Sábado 30/05/2020 – Don de Piedad

Hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

ROMANOS 8, 12-18

Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis. En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

4 de junio de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy queremos detenernos en un don del Espíritu Santo que muchas veces se entiende mal o se considera de manera superficial, y, en cambio, toca el corazón de nuestra identidad y nuestra vida cristiana: se trata del don de piedad.

Es necesario aclarar inmediatamente que este don no se identifica con el tener compasión de alguien, tener piedad del prójimo, sino que indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, incluso en los momentos más difíciles y tormentosos.

Este vínculo con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición. Es un vínculo que viene desde dentro. Se trata de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo, de alegría. Por ello, ante todo, el don de piedad suscita en nosotros la gratitud y la alabanza. Es esto, en efecto, el motivo y el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos caldea el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto, es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de esa capacidad de dirigirnos a Él con amor y sencillez, que es propia de las personas humildes de corazón.

Si el don de piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a volcar este amor también en los demás y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí que seremos movidos por sentimientos de piedad —¡no de pietismo!— respecto a quien está a nuestro lado y de aquellos que encontramos cada día. ¿Por qué digo no de pietismo? Porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos, poner cara de estampa, aparentar ser como un santo. En piamontés decimos: hacer la «mugna quacia». Esto no es el don de piedad. El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad que nos da el Espíritu Santo nos hace apacibles, nos hace serenos, pacientes, en paz con Dios, al servicio de los demás con mansedumbre.

Queridos amigos, en la Carta a los Romanos el apóstol Pablo afirma: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abba, Padre!”» (Rm 8, 14-15). Pidamos al Señor que el don de su Espíritu venza nuestro temor, nuestras inseguridades, también nuestro espíritu inquieto, impaciente, y nos convierta en testigos gozosos de Dios y de su amor, adorando al Señor en verdad y también en el servicio al prójimo con mansedumbre y con la sonrisa que siempre nos da el Espíritu Santo en la alegría. Que el Espíritu Santo nos dé a todos este don de piedad.

Puntos de oración

Viernes 29/05/2020 – Don de Entendimiento (o Inteligencia)

Hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

1 CORINTIOS 2, 9-14

Como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales. El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas.»

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

30 de abril de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de reflexionar sobre la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quiero centrar la atención en el segundo don, es decir, el entendimiento. No se trata aquí de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podemos estar más o menos dotados. Es, en cambio, una gracia que sólo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su designio de salvación.

El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don —es decir, lo que hace el don de entendimiento en nosotros—, y Pablo dice esto: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu» (1 Co 2, 9-10). Esto, obviamente, no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno de los designios de Dios: todo esto permanece en la espera de manifestarse en toda su transparencia cuando nos encontremos ante Dios y seamos de verdad una cosa sola con Él. Sin embargo, como sugiere la palabra misma, el entendimiento permite «intus legere», es decir, «leer dentro»: este don nos hace comprender las cosas como las comprende Dios, con el entendimiento de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia, y está bien. Pero comprender una situación en profundidad, como la entiende Dios, es el efecto de este don. Y Jesús quiso enviarnos al Espíritu Santo para que nosotros tengamos este don, para que todos nosotros podamos comprender las cosas como las comprende Dios, con la inteligencia de Dios. Es un hermoso regalo que el Señor nos ha hecho a todos nosotros. Es el don con el cual el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del designio de amor que Él tiene con nosotros.

Está claro entonces que el don de entendimiento está estrechamente relacionado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y ha realizado. Jesús mismo dijo a sus discípulos: yo os enviaré al Espíritu Santo y Él os hará comprender todo lo que yo os he enseñado. Comprender las enseñanzas de Jesús, comprender su Palabra, comprender el Evangelio, comprender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos comprender la profundidad de las palabras de Dios. Y este es un gran don, un gran don que todos nosotros debemos pedir y pedir juntos: Danos, Señor, el don de entendimiento.
Hay un episodio del Evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don.

Tras asistir a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y acongojados, se marcharon de Jerusalén y regresaron a su pueblo de nombre Emaús. Mientras iban de camino, Jesús resucitado se acercó y comenzó a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no fueron capaces de reconocerlo. Jesús caminaba con ellos, pero ellos estaban tan tristes, tan desesperados, que no lo reconocieron. Sin embargo, cuando el Señor les explicó las Escrituras para que comprendieran que Él debía sufrir y morir para luego resucitar, sus mentes se abrieron y en sus corazones se volvió a encender la esperanza (cf. Lc 24, 13-27). Esto es lo que hace el Espíritu Santo con nosotros: nos abre la mente, nos abre para comprender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don de entendimiento para nuestra vida cristiana. Pidámoslo al Señor, que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don para comprender, como comprende Él, las cosas que suceden y para comprender, sobre todo, la Palabra de Dios en el Evangelio. Gracias.

Puntos de oración

Jueves 28/05/2020 – Don de Ciencia

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 



Palabra de Dios

GÉNESIS 1, 1. 26-31a

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. Y dijo Dios: – «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra.» Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: – «Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra.» Y dijo Dios: – «Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todo ser que respira, la hierba verde les servirá de alimento.» Y así fue. Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno.

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

21 de mayo de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera poner de relieve otro don del Espíritu Santo: el don de ciencia. Cuando se habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.

Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor. Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud. Es la sensación que experimentamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

En el primer capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone de relieve que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: «Y vio Dios que era bueno» (1, 12.18.21.25): si Dios ve que la creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud y ver que la creación es algo bueno y hermoso. He aquí el don de ciencia que nos hace ver esta belleza; por lo tanto, alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta belleza. Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo «vio que era bueno», sino que dijo que era «muy bueno» (v. 31). A los ojos de Dios nosotros somos la cosa más hermosa, más grande, más buena de la creación: incluso los ángeles están por debajo de nosotros, somos más que los ángeles, como hemos escuchado en el libro de los Salmos. El Señor nos quiere mucho. Debemos darle gracias por esto. El don de ciencia nos coloca en profunda sintonía con el Creador y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y en esta perspectiva logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como realización de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que hace que nos reconozcamos como hermanos y hermanas.

Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso de Dios, siguiendo las huellas de san Francisco de Asís y de muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. La primera la constituye el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud. La segunda actitud errónea está representada por la tentación de detenernos en las creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas. Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en este error.

Pero quisiera volver a la primera vía equivocada: disponer de la creación en lugar de custodiarla. Debemos custodiar la creación porque es un don que el Señor nos ha dado, es el regalo de Dios a nosotros; nosotros somos custodios de la creación. Cuando explotamos la creación, destruimos el signo del amor de Dios. Destruir la creación es decir a Dios: «no me gusta». Y esto no es bueno: he aquí el pecado.

El cuidado de la creación es precisamente la custodia del don de Dios y es decir a Dios: «Gracias, yo soy el custodio de la creación para hacerla progresar, jamás para destruir tu don». Esta debe ser nuestra actitud respecto a la creación: custodiarla, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. No olvidéis esto. Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba. Me dijo: «Debemos cuidar estas cosas hermosas que Dios nos ha dado; la creación es para nosotros a fin de que la aprovechemos bien; no explotarla, sino custodiarla, porque Dios perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación no perdona nunca, y si tú no la cuidas ella te destruirá».

Esto debe hacernos pensar y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el don de ciencia para comprender bien que la creación es el regalo más hermoso de Dios. Él hizo muchas cosas buenas para la cosa mejor que es la persona humana.

Puntos de oración

Miércoles 27/05/2020 – Don de Sabiduría

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

1REYES 3, 6-9

Salomón dijo: «Tú has tenido gran amor a tu siervo David mi padre, porque él ha caminado en tu presencia con fidelidad, con justicia y rectitud de corazón contigo. Tú le has conservado este gran amor y le has concedido que hoy se siente en su trono un hijo suyo. Ahora Yahveh mi Dios, tú has hecho rey a tu siervo en lugar de David mi padre, pero yo soy un niño pequeño que no sabe salir ni entrar. Tu siervo está en medio del pueblo que has elegido, pueblo numeroso que no se puede contar ni numerar por su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo, un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal, pues ¿quién será capaz de juzgar a este pueblo tuyo tan grande?»»

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

9de abril de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma, la savia vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón.

El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que simbólicamente significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden cuando uno se prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia… No, esto no es el ojo de Dios. La sabiduría es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.

Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección.

El Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano. Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que lo sabe todo, sino en el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo actúa Dios, conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazón. El corazón del hombre sabio en este sentido tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y cuán importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo hermoso y vivo de su presencia y de su amor. Y esto es algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros mismos: es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro de nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo, podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al Espíritu Santo.

Pensad en una mamá, en su casa, con los niños, que cuando uno hace una cosa el otro maquina otra, y la pobre mamá va de una parte a otra, con los problemas de los niños. Y cuando las madres se cansan y gritan a los niños, ¿eso es sabiduría? Gritar a los niños —os pregunto— ¿es sabiduría? ¿Qué decís vosotros: es sabiduría o no? ¡No! En cambio, cuando la mamá toma al niño y le riñe dulcemente y le dice: «Esto no se hace, por esto…», y le explica con mucha paciencia, ¿esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es lo que nos da el Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos esposos —el esposo y la esposa— riñen, y luego no se miran o, si se miran, se miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dice: «Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante en paz: ¿esto es sabiduría? [la gente: ¡Sí!] He aquí, este es el don de la sabiduría. Que venga a casa, que venga con los niños, que venga con todos nosotros.

Y esto no se aprende: esto es un regalo del Espíritu Santo. Por ello, debemos pedir al Señor que nos dé el Espíritu Santo y que nos dé el don de la sabiduría, de esa sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios. Y así, con esta sabiduría, sigamos adelante, construyamos la familia, construyamos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la Sede de la sabiduría, de este don: que Ella nos alcance esta gracia. ¡Gracias!

Martes 26/05/2020 – Don del Temor de Dios

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

Salmo 34

Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca;  
mi alma se gloría en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren.  
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, 
ensalcemos juntos su nombre. 
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.  
Contempladlo, y quedaréis radiantes, 
vuestro rostro no se avergonzará. 
El afligido invocó al Señor, 
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.  
El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen
y los protege.  
Gustad y ved qué bueno es el Señor, 
dichoso el que se acoge a él.  
Todos sus santos, temed al Señor, 
porque nada les falta a los que lo temen; 
los ricos empobrecen y pasan hambre, 
los que buscan al Señor no carecen de nada. 
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor.  
¿Hay alguien que ame la vida 
y desee días de prosperidad?  
Guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;  
apártate del mal, obra el bien, 
busca la paz y corre tras ella.  
 Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos; 
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.  
Cuando uno grita, el Señor lo escucha 
y lo libra de sus angustias; 
el Señor está cerca de los atribulados, 
salva a los abatidos.  
Aunque el justo sufra muchos males, 
de todos lo libra el Señor;  
él cuida de todos sus huesos, 
y ni uno solo se quebrará. 
La maldad da muerte al malvado, 
los que odian al justo serán castigados.  
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él..

Iluminamos la palabra con... el Papa Francisco

14 de junio de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El don del temor de Dios, del cual hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.

Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, precisamente como un niño con su papá. Esto hace el Espíritu Santo en nuestro corazón: nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios adquiere en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Sin embargo, es precisamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre.

He aquí por qué tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados.

Cuando estamos invadidos por el temor de Dios, entonces estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto, sin embargo, no con actitud resignada y pasiva, incluso quejumbrosa, sino con el estupor y la alegría de un hijo que se ve servido y amado por el Padre. El temor de Dios, por lo tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos, sumisos, sino que genera en nosotros valentía y fuerza. Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. Ser conquistados por el amor de Dios. Y esto es algo hermoso. Dejarnos conquistar por este amor de papá, que nos quiere mucho, nos ama con todo su corazón.

Pero, atención, porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiraniza, cuando vive sólo para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz. Nadie puede llevar consigo al más allá ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo. ¡Nada! Sólo podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias de Dios, aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los demás. Atención en no poner la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad, porque todo esto no puede prometernos nada bueno. Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper. ¿Pensáis que una persona corrupta será feliz en el más allá? No, todo el fruto de su corrupción corrompió su corazón y será difícil ir al Señor. Pienso en quienes viven de la trata de personas y del trabajo esclavo. 
¿Pensáis que esta gente que trafica personas, que explota a las personas con el trabajo esclavo tiene en el corazón el amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en quienes fabrican armas para fomentar las guerras; pero pensad qué oficio es éste. Estoy seguro de que si hago ahora la pregunta: ¿cuántos de vosotros sois fabricantes de armas? Ninguno, ninguno. Estos fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios. Estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y producen mercancía de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo acaba y que deberán rendir cuentas a Dios.

Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: «El afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege» (vv. 7-8). Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y poder reconocernos, juntamente con ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Que así sea.


Puntos de oración

Lunes 25/05/2020 – Don de Consejo

A partir de hoy y hasta el próximo sábado por la noche, que celebraremos la Vigilia de Pentecostés, vamos a preparar esta fiesta del Espíritu Santo de una manera diferente. Las oraciones de estos días no van a tener audio, sino que vamos a buscar en el silencio de nuestra reflexión personal el significado de los 7 dones del Espíritu en nosotros. 
 
La oración será de la siguiente manera: un texto de la Palabra de de Dios iluminado por unas palabras del Papa Francisco sobre ese don. También tendremos un pequeño video para poder utilizar como música de ambiente para la oración. 

Palabra de Dios

Salmo 16

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. 
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios». 
No hay bien para mí fuera de ti.  
En los santos que hay en la tierra, varones insignes, 
pongo toda mi complacencia.  
Se multiplican las desgracias
de quienes van tras dioses extraños; 
yo no derramaré sus libaciones con mis manos, 
ni tomaré sus nombres en mis labios.  
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, 
mi suerte está en tu mano: 6me ha tocado un lote hermoso, 
me encanta mi heredad.  
Bendeciré al Señor que me aconseja, 
hasta de noche me instruye internamente. 
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.  
Por eso se me alegra el corazón, 
se gozan mis entrañas, 
y mi carne descansa esperanzada. 
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
 ni dejarás a tu fiel ver la corrupción.  
Me enseñarás el sendero de la vida, 
me saciarás de gozo en tu presencia, 
de alegría perpetua a tu derecha.

Iluminamos la palabra con... El Papa Francisco

AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles 7 de mayo de 2014
Hemos escuchado en la lectura del pasaje del libro de los Salmos que dice: «El Señor me aconseja, hasta de noche me instruye internamente» (cf. Sal 16, 7). Y este es otro don del Espíritu Santo: el don de consejo. Sabemos cuán importante es, en los momentos más delicados, poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo justo de hablar y de comportarse; y el camino a seguir. ¿Pero cómo actúa este don en nosotros?
 
En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos conduce cada vez más a dirigir nuestra mirada interior hacia Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos. El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad. 
 
La condición esencial para conservar este don es la oración. Volvemos siempre al mismo tema: ¡la oración! Es muy importante la oración. Rezar con las oraciones que todos sabemos desde que éramos niños, pero también rezar con nuestras palabras. Decir al Señor: «Señor, ayúdame, aconséjame, ¿qué debo hacer ahora?». Y con la oración hacemos espacio, a fin de que el Espíritu venga y nos ayude en ese momento, nos aconseje sobre lo que todos debemos hacer. ¡La oración! Jamás olvidar la oración. ¡Jamás! Nadie, nadie, se da cuenta cuando rezamos en el autobús, por la calle: rezamos en silencio con el corazón. Aprovechamos esos momentos para rezar, orar para que el Espíritu nos dé el don de consejo.
 
En la intimidad con Dios y en la escucha de su Palabra, poco a poco, dejamos a un lado nuestra lógica personal, impuesta la mayoría de las veces por nuestras cerrazones, nuestros prejuicios y nuestras ambiciones, y aprendemos, en cambio, a preguntar al Señor: ¿cuál es tu deseo?, ¿cuál es tu voluntad?, ¿qué te gusta a ti? De este modo madura en nosotros una sintonía profunda, casi connatural en el Espíritu y se experimenta cuán verdaderas son las palabras de Jesús que nos presenta el Evangelio de Mateo: «No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros» (Mt 10, 19-20). Es el Espíritu quien nos aconseja, pero nosotros debemos dejar espacio al Espíritu, para que nos pueda aconsejar. Y dejar espacio es rezar, rezar para que Él venga y nos ayude siempre.
 
Como todos los demás dones del Espíritu, también el de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo allí, sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.
 
Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo estaba en el confesonario, delante del cual había una larga fila. Había también un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas… Y vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me dijo: yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el don de consejo. No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto, este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto… Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Vosotras, mamás, que tenéis este don, pedidlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.
 
Queridos amigos, el Salmo 16, que hemos escuchado, nos invita a rezar con estas palabras: «Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (vv. 7-8). Que el Espíritu infunda siempre en nuestro corazón esta certeza y nos colme de su consolación y de su paz. Pedid siempre el don de consejo.

Puntos de oración

Oración del Viernes VI de Pascua

En la oración de este día, seguimos caminando en nuestro itinerario personal con Jesús con este evangelio de Juan que habla de la alegría como elemento clave la vida cristiana. Una alegría que es diferente a la que podemos tener cuando poseemos cosas, conseguimos grandes metas en la vida… sino una alegría que responde a un hecho: el encuentro con Cristo que me cambia la vida.
 
Por eso, hoy vamos a centrarnos en esto que nos dice el Señor: «También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría».Esta es la clave de toda esta semana de oración: la AUTÉNTICA ALEGRÍA ES LA QUE NACE DEL ENCUENTRO CON JESÚS. Y este se da sean las circunstancias que sean, esté como esté, porque el Señor viene a tu realidad concreta para colmarte de ternura y de su presencia. Cuando uno tiene esta experiencia, la vida cambia, su horizonte de vida es diferente.
 
Por eso, ora hoy iluminando la palabra de Cristo con las palabras del Papa Francisco, que logra explicar mejor que nadie cómo se produce esta alegría

Palabra de Dios

Jn 16,20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»

Iluminamos la palabra con... El Papa Francisco

Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo:
«Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».
¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!

Puntos de oración