Una de las grandes tentaciones que tenemos en nuestra vida de fe es la tentación de creer que estamos perdiendo el tiempo a la hora de seguir a Jesús; es la sensación de sentirnos “raros”, “diferentes” a todos los que me rodean. Es algo que siempre ha acompañado a los cristianos y cristianas de todos los tiempos desde que la Iglesia comenzó a caminar aquel primer día de la semana, domingo de Resurrección.
La sociedad y nuestro mundo tienen su propia escala o sistema de valores, que se sostiene en la “ceguera del hombre”: solo sabe definir las cosas mirándose a sí mismo. Así, Dios, que ha revelado lo que es la vida, lo que es la persona… etc. es considerado como aquel que no tiene nada que decirnos, al que hay que ignorar, porque la humanidad ha alcanzado la “mayoría de edad” para decidir, por sí misma, lo que es o no es.
Cuando nos separamos de Dios, el mundo y la sociedad definen los conceptos más importantes que existen en nuestra vida: Amor, libertad… etc. Por eso hoy vamos a pedirle a Jesús que nos de su Espíritu para que nos revele cuánto hay en nosotros de mundo/sociedad y cuánto hay de Él. Esto es aceptar el testimonio de Jesús, tal y como aparece en el evangelio que vamos a rezar hoy: «El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios».
Al igual que ayer, os invitamos a leer antes de la oración los siguientes puntos de la Exhortación del Papa Francisco: del 15 al 21. Os los volvemos a dejar al final de la oración, o bien, si queréis, podéis acceder al documento completo en el siguiente enlace: PINCHA AQUÍ.
Palabra de Dios
Jn 3, 31-36
El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Iluminamos la palabra con... Christus Vivit [15-21]
17. En el Evangelio de Marcos aparece una persona que, cuando Jesús le recuerda los mandamientos, dice: «Los he cumplido desde mi juventud» (10,20). Ya lo decía el Salmo: «Tú eres mi esperanza Señor, mi confianza está en ti desde joven […] me instruiste desde joven y anuncié hasta hoy tus maravillas» (71,5.17). No hay que arrepentirse de gastar la juventud siendo buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de eso nos quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva: «Tu juventud se renueva como el águila» (Sal 103,5). Por eso san Agustín se lamentaba: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé!»[2]. Pero aquel hombre rico, que había sido fiel a Dios en su juventud, dejó que los años le quitaran los sueños, y prefirió seguir apegado a sus bienes (cf. Mc 10,22).
Puntos de oración
- Recuerda algún momento de tu vida en el que has podido experimentar un “rechazo”, un abandono por parte de alguien en quien confiabas, a quien querías. ¿Qué sentimientos surgían en tu corazón? ¿Cómo viviste esa situación? Descríbela con 4 adjetivos.
- Dios también es Persona, es un Tu, que está frente a nosotros, pero sobre todo EN nosotros, NOS HABITA. Pero no un cualquiera: el origen de mi existencia está en Él, en lo más importante que posee como Dios, Su Corazón eterno. Poniéndote en su lugar, recuerda una situación de fuerte separación de Dios (ya sea por uno/varios pecados, por estar “frío” en mi relación con Él, por preferirle a otras personas o cosas... ¿Cómo crees que Dios experimenta tu lejanía? ¿Qué puede sentir en su Corazón en ese momento? Pero mejor aún, ¿qué crees que siente Dios por ti ahora mismo al estar contigo, a solas, en oración con Él? Deja que Él te responda.
- Teniendo presente el número 17, frente a la tentación de creer perder el tiempo por seguir a Jesús, ¿cómo reacciono frente a ella? ¿lo acepto sin más o lucho para crecer en mi amor a Él?
Christus vivit: Capítulo primero [Continuación]
¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?
- La Palabra de Dios dice que a los jóvenes hay que tratarlos «como a hermanos» (1 Tm 5,1), y recomienda a los padres: «No exasperen a sus hijos, para que no se desanimen» (Col 3,21). Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (1 Tm 4,12).
- Sin embargo, al mismo tiempo a los jóvenes se les recomienda: «Sean sumisos a los ancianos» (1 P 5,5). La Biblia siempre invita a un profundo respeto hacia los ancianos, porque albergan un tesoro de experiencia, han probado los éxitos y los fracasos, las alegrías y las grandes angustias de la vida, las ilusiones y los desencantos, y en el silencio de su corazón guardan tantas historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni engañarnos por falsos espejismos. La palabra de un anciano sabio invita a respetar ciertos límites y a saber dominarse a tiempo: «Exhorta igualmente a los jóvenes para que sepan controlarse en todo» (Tt 2,6). No hace bien caer en un culto a la juventud, o en una actitud juvenil que desprecia a los demás por sus años, o porque son de otra época. Jesús decía que la persona sabia es capaz de sacar del arcón tanto lo nuevo como lo viejo (cf. Mt 13,52). Un joven sabio se abre al futuro, pero siempre es capaz de rescatar algo de la experiencia de los otros.
- En el Evangelio de Marcos aparece una persona que, cuando Jesús le recuerda los mandamientos, dice: «Los he cumplido desde mi juventud» (10,20). Ya lo decía el Salmo: «Tú eres mi esperanza Señor, mi confianza está en ti desde joven […] me instruiste desde joven y anuncié hasta hoy tus maravillas» (71,5.17). No hay que arrepentirse de gastar la juventud siendo buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de eso nos quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva: «Tu juventud se renueva como el águila» (Sal 103,5). Por eso san Agustín se lamentaba: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé!»[2]. Pero aquel hombre rico, que había sido fiel a Dios en su juventud, dejó que los años le quitaran los sueños, y prefirió seguir apegado a sus bienes (cf. Mc 10,22).
- En cambio, en el Evangelio de Mateo aparece un joven (cf. Mt 19,20.22) que se acerca a Jesús para pedir más (cf. v. 20), con ese espíritu abierto de los jóvenes, que busca nuevos horizontes y grandes desafíos. En realidad su espíritu no era tan joven, porque ya se había aferrado a las riquezas y a las comodidades. Él decía de la boca para afuera que quería algo más, pero cuando Jesús le pidió que fuera generoso y repartiera sus bienes, se dio cuenta de que era incapaz de desprenderse de lo que tenía. Finalmente, «al oír estas palabras el joven se retiró entristecido» (v. 22). Había renunciado a su juventud.
- El Evangelio también nos habla de unas jóvenes prudentes, que estaban preparadas y atentas, mientras otras vivían distraídas y adormecidas (cf. Mt 25,1-13). Porque uno puede pasar su juventud distraído, volando por la superficie de la vida, adormecido, incapaz de cultivar relaciones profundas y de entrar en lo más hondo de la vida. De ese modo prepara un futuro pobre, sin substancia. O uno puede gastar su juventud para cultivar cosas bellas y grandes, y así prepara un futuro lleno de vida y de riqueza interior.
- Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te exhorta: «Joven, a ti te digo, ¡levántate!» (Lc 7,14).
- Sin duda hay muchos otros textos de la Palabra de Dios que pueden iluminarnos acerca de esta etapa de la vida. Recogeremos algunos de ellos en los próximos capítulos.